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El Elefante Encadenado

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Cuando yo era chico me encantaban los circos, y lo que más me gustaba de los circos eran los animales.  También a mí como a otros, después me enteré, me llamaba la atención el elefante.  Durante la función, la enorme bestia hacia despliegue de su tamaño, peso y fuerza descomunal… pero después de su actuación y hasta un rato antes de volver al escenario, el elefante quedaba sujeto solamente por una y cadena que aprisionaba una de sus patas clavada a una pequeña estaca clavada en el suelo.  Sin embargo, la estaca era solo un minúsculo pedazo de madera apenas enterrado unos centímetros en la tierra. Y aunque la cadena era gruesa y poderosa me parecía obvio que ese animal capaz de arrancar un árbol de cuajo con su propia fuerza, podría, con facilidad, arrancar la estaca y huir. El misterio es evidente: ¿Qué lo mantiene entonces? ¿Por qué no huye? Cuando tenía 5 o 6 años yo todavía en la sabiduría de los grandes.  Pregunté entonces a algún maestro, a algún padre, o a algú...

Cada uno con su destino (Cuento zen)

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  Un samurái, conocido por todos por su nobleza y honestidad, fue a visitar a un monje zen en busca de consejos, no obstante, en cuanto entró en el templo donde el maestro rezaba, se sintió inferior, y concluyó que a pesar de haber pasado toda su vida luchando por la justicia y la paz, no se había ni tan siquiera acercado al estado de gracia del hombre que tenía frente a él.  -¿Por qué me estoy sintiendo tan inferior? – le preguntó, no bien el monje hubo acabado de rezar. – Ya me enfrenté muchas veces con la muerte, defendí a los más débiles, sé que no tengo nada de qué avergonzarme. Sin embargo, al verlo meditando, he sentido que mi vida no tenía la menor importancia. -Espera. En cuanto haya atendido a todos los que me han buscado hoy, te daré la respuesta. Durante todo el día el samurái se quedó sentado en el jardín del templo, viendo como las personas entraban y salían en busca de consejos. Vio como el monje atendía a todos con la misma paciencia y la misma sonrisa lum...

La Sal de la Vida

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  Un anciano maestro estaba ya cansado de escuchar las constantes quejas de su discípulo, así que pensó que debía enseñarle algo que le hiciera recapacitar. Una mañana le pidió que le trajera sal y cuando regresó, el maestro le dijo que echara un puñado en un vaso de agua y que, a continuación se la bebiera. —¿Cómo sabe ahora el agua? —preguntó el sabio anciano. —Muy salada, —respondió el discípulo poniendo cara de asco. Aguantándose la risa el maestro le indicó que repitiera la acción, pero en lugar de tirar la sal en un vaso lo hiciera en un lago. Caminaron sin prisas hacia un gran lago situado en medio de un vergel a las afueras de su aldea y cuando el discípulo cumplió la orden el venerable maestro le pidió que bebiese. —¿A qué te sabe ahora? —le preguntó. A lo que el aprendiz le respondió: —Esta agua está fresquísima. No sabe nada a sal, es una delicia para el paladar. Entonces el maestro cogiéndole las manos a su discípulo, le dijo: —El dolor de la vida es pura sal. Siempre h...